¿Por qué al próximo presidente de Colombia debe interesarle la guerra en Ucrania?

La cruenta invasión de Putin a Ucrania ha generado distintas posiciones políticas que se desprenden del análisis que se haga del conflicto. Una de las visiones expresada por los candidatos Petro y Francia es la de “no meternos en guerras ajenas” ya que “con la nuestra nos basta y nos sobra”, esto para evitar tener una posición frente a uno de los hechos más importantes del siglo. ¿Es correcta esta postura?

Por: Comité Ejecutivo PST

Esta invasión, que no es más que una guerra de agresión de la segunda potencia militar del planeta contra una nación más débil, usando métodos de extrema crueldad solo comparable con las invasiones nazis de la segunda guerra mundial.  Esta agresión ha sido motivada por la política de Vladimir Putin de mantener el control político, económico y militar de los territorios que fueron parte de la extinta Unión Soviética, dominación amenazada en primer lugar por el descontento social que crece y motiva explosiones de movilizaciones, revueltas y protestas como ha sucedido en Bielorrusia y Kazajistán. También el avance de Estados Unidos y la OTAN en Europa del Este cuestionan el dominio de Rusia en su “área de influencia”. Bajo esta política Putin ha apoyado la cruenta represión de los gobiernos aliados a las movilizaciones y protestas en esos países, y como Ucrania se le salió de las manos desde el 2014, ha usado como justificación la delirante mentira de la “desnazificación” de Ucrania.

En el fondo, esta guerra de agresión es causada por las disputas económicas relacionadas con el control estratégico del mercado de gas y petróleo, el control de Europa del Este y el reavivamiento de la histórica opresión nacional granrusa sobre la nación ucraniana.

Pero la invasión de Putin, que pretendía ser una toma rápida del territorio ucraniano, se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza. No sólo ha resultado más larga y costosa, producto de la heroica resistencia de la población ucraniana, también porque en vez debilitar y asustar a la OTAN, esta se ha reencauchado después de décadas de desprestigio. Putin se ha convertido en el principal propagandista de la OTAN. Países antes “neutrales ahora hacen fila para entrar en la Alianza, como Finlandia y Suecia, y además la invasión ha sido aprovechada por las potencias imperialistas para votar multimillonarios presupuestos para una escalada armamentística. Hoy no hay mejor impulsor del crecimiento de la OTAN y las expresiones marginales fascistas y de extrema derecha, que Putin.

Muchos de los que acertadamente están en contra la de la OTAN y su avance sobre Europa del Este, terminan apoyando y justificando a Putin con la idea errada de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, mientras que algunos de quienes están en contra de Putin y su invasión, ven equivocadamente en la OTAN al policía que puede salvar la “democracia” en Ucrania y Europa del Este; similar a cuando se cree que Estados Unidos lleva la democracia a los países árabes. También están los pacifistas que consideran, simplemente, que lo mejor es estar en contra de la guerra en general, pero no apoyan la resistencia de los invadidos, dejando a la suerte al pueblo ucraniano que está siendo masacrado.

Hoy no se pueden prever todas las consecuencias de esta invasión.  En todo caso, es la expresión más aguda de la crisis del orden mundial imperialista, basado en la hegemonía de Estados Unidos tras la restauración del capitalismo en los extintos estados obreros, o mal llamados países del “socialismo real”. Hoy la crisis económica, la guerra comercial entre Estados Unidos y China y los efectos catastróficos de la pandemia ponen en máxima tensión la disputa de mercados y zonas de influencia; uno de los factores más determinantes que dio origen a la dos primeras guerras mundiales.

¿Y eso qué tiene que ver con Colombia?

En primer lugar, habría que decir que el capitalismo en decadencia lejos de “civilizar” y “humanizar” al mundo, recurre permanentemente a las guerras para dirimir en últimas sus propias contradicciones. Una guerra capitalista en cualquier lugar del mundo siempre es asunto de toda la humanidad, no solo por el riesgo de destrucción física de la misma a causa del escalamiento del conflicto; sino que los bombardeos a ciudades enteras, el asesinato, el desplazamiento y el sufrimiento de millones de seres humanos no nos puede dejar indiferentes. Los horrores de la guerra que hemos vivido deben ser razón de más para que esta situación nos preocupe de manera directa. No es cierto eso de que como las bombas caen en otro continente entonces no nos importa.

Segundo, en un mundo capitalista globalizado donde impera un sistema económico interconectado, nada ocurre sin afectar al resto. La guerra en Ucrania está teniendo efectos económicos catastróficos no solo para el país invadido y sus vecinos. Ha traído para Europa el aumento de los precios de los combustibles, situación que no solo afecta a Europa, sino que contribuye y profundiza la tendencia inflacionaria y la carestía a nivel mundial, amenazando con una crisis energética global. Además, Ucrania es uno de los mayores productores mundiales de trigo del mundo, entre otros cereales, así como una gran cantidad de insumos agroindustriales, que producto de la guerra han dejado de producir y exportar, lo que ha contribuido directamente al encarecimiento de los alimentos en el mundo. En Colombia, como en gran parte del mundo, es la clase trabajadora y los pobres quienes sufrimos las consecuencias de la carestía de los alimentos y de los productos básicos de consumo. La guerra en Ucrania está acelerando las contradicciones del capitalismo, no es poca cosa y tiene todo que ver con nosotros, y desde luego con quien pretenda gobernar este país desde el 7 de agosto.

Tercero. Como dijimos antes, la guerra ha sido tomada como excusa por las grandes potencias imperialistas para aumentar su presupuesto para la guerra. Bajo la excusa de aprobar ayudas militares a Ucrania, en realidad gobiernos como los de Estados Unidos y Alemania, lo que han hecho es aprobar grandes presupuestos para su propio armamento, mientras la resistencia ucraniana sigue resistiendo a punta de fusiles y bombas molotov a los tanques y los bombardeos rusos.

En el caso del imperialismo norteamericano, el gobierno de Biden busca afianzar sus zonas de influencias, incluida América Latina. Biden, el 23 de mayo de 2022, declaró a Colombia como aliado estratégico no miembro de la OTAN, aprovechando la presencia de Iván Duque en Estados Unidos, quien está realizando giras internacionales para terminar de entregar la poca soberanía que aún queda como despedida de su gobierno.

Ahora el imperialismo cuenta con tres aliados estratégicos no miembros de la OTAN en el continente latinoamericano: Brasil, Argentina y Colombia. Junto con esto el imperialismo norteamericano tiene instaladas siete bases militares en el territorio colombiano y radares en las fronteras controlados por agentes norteamericanos. Aunque Renan Vega señala que con lo que llaman cuasi bases serian entre 40 y 50. (ver: Colombia: Bases militares de Estados Unidos: neocolonialismo e impunidad, Renan Vega, soaw.org/colombia-bases-militares-de-estados-unidos-neocolonialismo-e-impunidad)

La militarización del territorio colombiano por parte del imperialismo norteamericano, y por esa vía de la OTAN, no tiene solo un carácter general de defensa de la zona de influencia norteamericana, o de contar con una plataforma continental para intervenir si las cosas se ponen “calientes” en la región; también tiene un objetivo concreto y es defender los intereses de las multinacionales que explotan y saquean el país. Por eso existen “batallones minero energéticos e infraestructurales” encargados de custodiar el saqueo. En 2015 se reportaba la suma de 82.000 soldados destinados a defender los intereses de estas empresas y la presencia de “asesores” militares y mercenarios norteamericanos llamados contratistas. (Ídem). De tal forma que Colombia, como Estado, está totalmente involucrada en el asunto.

¿Petro tiene un programa antimperialista?

En su programa, Colombia potencia mundial de la vida, no hay ninguna mención a la presencia del imperialismo y su brazo armado, la OTAN, en Colombia y en el mundo. Tampoco hemos visto un rechazo a la invasión de Rusia contra un país más débil como Ucrania. Dejando en manos del actual gobierno el discurso hipócrita de respaldo a Ucrania. Petro elude una postura clara ante este conflicto porque, por un lado, no quiere renunciar a los millones de dólares que vienen del país del norte, y por el contrario ha buscado ganar el espaldarazo de Biden y del Partido Demócrata. Pero por el otro prefiere no criticar al gobierno de Rusia, porque quiere tenerlo de potencial aliado en caso de que las cosas con el imperialismo yanqui salgan mal.

Consecuente con su política de mostrarse confiable ante la burguesía, también hace lo mismo con la burguesía imperialista. Petro en declaraciones ha afirmado que se comprometió con el FMI a disminuir el déficit fiscal, y para enfrentar la corrupción recurrirá al imperialismo, a través de la ONU, para que una comisión de ese organismo se encargue de ese mal. También continuará con la política de la extradición de nacionales a Estados Unidos, inclusive a Piedad Córdoba, si la Corte Suprema lo autoriza. Estas posturas contrastan con las denuncias desde 1993 acerca de la presencia de militares norteamericanos en el país. En 2008, siendo senador, promovió una campaña contra la presencia de militares norteamericanos y bases estadounidenses en Colombia, pero ahora en campaña electoral y con posibilidades de ganar la presidencia ha callado sobre este tema.

Si Petro es elegido como presidente, será porque el descontento que se expresó en los paros y movilizaciones de 2019, 2020 y 2021 lo ha canalizado electoralmente él, pero así mismo, hay expectativas de que impulsará cambios importantes, entre ellos la recuperación de la soberanía nacional, para lo cual como mínimo debería verse obligado a romper con la OTAN y desde ya rechazar la invasión de Rusia contra Ucrania.

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