Rechazar la injerencia imperialista de Trump en Venezuela

Desde hace más de una semana que Estados Unidos se ha convertido en el foco de la pandemia mundial del COVID-19, rebasando en número de contagios a China, Italia y España. En medio de esta situación Trump retoma nuevamente la estrategia de intervención imperialista en Venezuela.

Autor: Francisco Cuartas

El pasado 26 de marzo William Barr, Fiscal General de Estados Unidos acusó a Maduro de narcotráfico y narcoterrorismo, y anunció el ofrecimiento de una recompensa de 15 millones de dólares por su cabeza, al igual que la de varios de sus ministros y los dirigentes de la disidencia de las Farc Nueva Marquetalia. Luego de este anuncio, Mike Pompeo planteó una nueva propuesta de gobierno de transición para Venezuela, sin Maduro ni Guaidó, conformando un Consejo de Estado integrado por representantes del chavismo y la oposición hasta la convocatoria a nuevas elecciones. Simultáneamente el secretario de Defensa anunció el despliegue de fuerzas de combate marino del Comando Sur en el Mar Caribe, especialmente cerca del territorio venezolano con la excusa de desarrollar operaciones contra el narcotráfico.

Estos nuevos anuncios evidencian que Trump, con el respaldo de los gobiernos aliados del Grupo de Lima, retoma la ofensiva de intervención sobre Venezuela para sacar a Maduro del poder y restaurar el control del estado en manos de la burguesía opositora y en detrimento de la boliburguesía.

Esta nueva ofensiva se da después de un año en que tras la posesión de Maduro en un nuevo periodo en la presidencia, el imperialismo norteamericano, en coordinación con el Grupo de Lima y la oposición burguesa del país, impulsaron la figura de Guaidó como presidente interino, desconociendo política y diplomáticamente a Maduro, imponiendo nuevas y más duras sanciones económicas contra Venezuela, como la confiscación de la renta petrolera y de activos del gobierno de Maduro en el exterior, así como el intento de quebrar la unidad de las fuerzas armadas venezolanas para provocar la caída de Maduro.

Pero la ofensiva diplomática, el bloqueo económico, las amenazas de intervención militar, los intentos golpistas de quebrar el respaldo de los militares a Maduro fueron un fracaso. Ni Maduro abandonó el poder, ni Guaidó pudo “ejercer” como gobierno, ni lograron romper la unidad de las fuerzas armadas, resultando nuevamente una situación de empantanamiento en el que Maduro, aunque con mucha debilidad y casi sin respaldo popular, ha logrado mantenerse en el poder.

Mientras tanto, producto de la política económica del gobierno, la población venezolana continúa viendo empeorar sus condiciones de vida, sumida en la pobreza creciente, el hambre y la represión. Al desabastecimiento de alimentos y de bienes básicos de consumo se suman los crecientes cortes de energía y la escasez de gasolina, al punto que este país con una de las mayores reservas de petróleo en el mundo esté importando gasolina. Las sanciones y el bloqueo económico imperialista han tenido el efecto de agravar está situación.

Pero como lo malo siempre puede empeorar, este año dos fuertes golpes se han sumado a la situación crítica del pueblo venezolano. Los precios del petróleo que ya venían en picada, son la expresión de una recesión económica mundial a la cual se suma la pandemia producida por el COVID-19 que ha contribuido a profundizar la crisis incluso en socios estratégicos de Maduro, como China. Mientras, la Rusia de Putin mantiene una disputa con Arabia Saudita por la producción de petróleo, lo que ha resultado en la baja histórica del precio del barril, incluso llegando a menos de 20 dólares. Esto ha llevado al régimen de Maduro a prácticamente regalar el petróleo a sus socios para pagar sus deudas, ofreciendo descuentos y precios por debajo del costo de producción.

Mientras tanto, los contagios del coronavirus se expanden en América Latina, llegando a Venezuela con un sistema de salud desmantelado, sin insumos y sin condiciones para garantizar el necesario aislamiento de la población, sin que eso signifique condenar a la mayoría a más hambre. Aunque en comparación con otros países del continente, los contagios reportados en Venezuela siguen siendo bajos (sin tener en cuenta las dudas y denuncias por subregistro de contagios y víctimas fatales) el riesgo y la vulnerabilidad de la población venezolana es de proporciones gigantescas.

Trump, doblemente criminal

Trump ha sido duramente cuestionado por la forma totalmente irresponsable que ha manejado la expansión de la pandemia en territorio norteamericano. Manteniendo en principio un discurso negacionista frente al virus restándole importancia y gravedad, pasó luego a un discurso chovinista, y posteriormente, cuando la pandemia empezó a crecer sin control dentro de Estados Unidos, tomó medidas privilegiando los intereses de la burguesía norteamericana.

Hoy Estados Unidos es el foco de la pandemia mundial. Al 8 de abril reportaba 402.126 contagios y 12.976 muertes, pasando lo que han llamado la semana “más dura y más triste”, en la que se augura el colapso de los servicios de urgencias y el aumento exponencial tanto de contagios como de muertes, que seguramente superarán las cifras diarias de muertes vistas en Italia o España.

El discurso negacionista de Trump al inicio de la pandemia, al igual que trata la crisis del calentamiento global, ya empezó a hacer estragos en su campaña por la reelección. Ahora, tratando de acomodarse frente a la realidad que le golpea la nariz, al fiel estilo norteamericano recurre a las metáforas de guerra. Ya el COVID-19 no es una simple gripa traída por los chinos, ahora se habla de guerra, se compara los efectos de la pandemia con Pearl Harbor y con el ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001.

Pero el discurso guerrerista, típico cuando un gobierno norteamericano está en apuros, no se limita al frente de la pandemia. En medio del tsunami que se avecinaba, Trump arremete nuevamente contra Nicolás Maduro, pretendiendo reanimar su objetivo de sacarlo del poder mediante amenazas, chantajes y maniobras militares. Y es precisamente cuando todos los esfuerzos y recursos deberían estar destinados a un plan de emergencia que no solo garantice la atención de los contagiados, sino las garantías sociales y económicas para que los trabajadores y los pobres puedan tener qué comer y una casa donde resguardarse, que Trump despliega su fuerza militar con la falacia de combatir frente a los mares de Venezuela.

Trump no es solamente criminal con el pueblo norteamericano del cual miles ya están condenados a muerte, sino que es criminal con el pueblo venezolano, a quien, en vez de suspender las sanciones y el bloqueo económico, que puede ser vital para un plan de emergencia de dotación de insumos y equipos médicos para enfrentar la pandemia, prefiere el chantaje y el pillaje. Pretende usar la actual emergencia y la casi segura crisis humanitaria que se producirá en Venezuela, para lograr la fractura de las fuerzas armadas, el principal sostén de Maduro en el poder.

Ni “tigre de papel” ni lunático del “botón rojo”

Durante todo su gobierno Trump ha hecho gala de la arrogancia y astucia que le fue tan útil para acumular su fortuna. Su comportamiento de millonario sin escrúpulos con que ha gobernado en la Casa Blanca le ha servido para conseguir varios de sus objetivos, manteniendo el dominio imperialista sobre el planeta. Así, primero entra con amenazas y muestra su fuerza pateando el tablero. Luego, impone las condiciones de negociación siempre en términos favorables para el imperialismo norteamericano. Así hizo con Corea del Norte y luego con Irán, así ha manejado la guerra comercial con China, y seguramente es su táctica privilegiada hacia Venezuela.

Pero el hecho de que Trump acuda frecuentemente a las bravuconadas para conseguir sus objetivos no lo hace un charlatán inofensivo. Ya ha usado la fuerza con bombardeos en Siria y Afganistán, y ha llegado incluso a usar drones para asesinar al general iraní Qasem Soleimani, mostrando que Trump es una amenaza real para los pueblos del mundo. Sin embargo, aunque ha usado la fuerza, la perspectiva de una invasión militar en Venezuela, aunque ha estado planteada desde el principio como una de las “opciones sobre la mesa”, hasta el momento sigue siendo una alternativa que generaría muchos problemas para Trump.

Muchos ven en él un lunático que en cualquier momento puede apretar el “botón rojo” (como se expresaba popularmente la amenaza de activar ataques nucleares en los tiempos de la guerra fría). Trump con todo lo autoritario y reaccionario que es, no gobierna sólo. Depende de la burguesía norteamericana que piensa con cabeza fría cada movimiento y calcula los costos y beneficios de cada aventura militar. Si bien en tiempos de crisis económica la burguesía recurre a las guerras como una de las formas de recuperar la tasa de ganancia, tanto por la destrucción de fuerzas productivas y la extensión del dominio de nuevos territorios, mercados y recursos, también mover el mercado y la producción de la industria bélica es un mecanismo por reactivar la economía. Pero muchas veces los beneficios económicos de las guerras y el pillaje son superados por los costos políticos.

En Irak y Afganistán, la llamada guerra contra el terrorismo que cubrió la guerra de invasión sobre el medio oriente, fue acompañada de importantes planes de control económico del petróleo y otros recursos, además de lucrativo negocio de la recuperación económica buscando convertir en verdaderas colonias estos países. Pero por los costos de la guerra, los soldados norteamericanos muertos, heridos y lisiados causados por la resistencia, a pesar de la superioridad militar norteamericana, se convirtieron en verdaderos fracasos. Los movimientos contra la guerra en el mundo con impresionantes movilizaciones, y el creciente rechazo a la guerra dentro de Estados Unidos trajeron nuevamente el fantasma del síndrome de Vietnam.

La perspectiva de una incursión militar en Venezuela podría ser mucho más costosa en términos políticos para Estados Unidos que Irak o Afganistán. Venezuela no está en un continente alejado, está en el vecindario de Estados Unidos, y precisamente en un vecindario que el último año ha vivido varios incendios, en que las masas han salido a luchar en las calles contra sus gobiernos como en Chile, Ecuador y Colombia. Una incursión militar de Estados Unidos pondría en graves aprietos a Duque, Piñera y los demás gobiernos del desprestigiado Grupo de Lima, que ya en los últimos meses han enfrentado impresionantes movilizaciones. Una aventura militar sobre Venezuela podría terminar de incendiar el continente, y unificar bajo el antiimperialismo las situaciones ya inestables y explosivas de Brasil, Argentina, Paraguay y Perú.

Pero además, a una intervención militar en medio de la pandemia, de una perspectiva dantesca de contagios y muertos, podría sumarse el aumento de la rabia y la desesperación ante la pobreza y el hambre alimentando las crecientes tensiones y descontento que ha generado la gestión de la pandemia por parte de los gobiernos latinoamericanos. Todo esto está dentro de los cálculos del imperialismo norteamericano y por eso, aunque sin descartarla, la salida militar no es la primera opción. Eso, independiente de los alardes de fuerza y los movimientos amenazantes de fuerzas del Comando Sur en mares caribeños.

Sin embargo, sería un error creer que la política de intervención del imperialismo en Venezuela se reduce a la intervención militar. La actual política que combina las sanciones, el bloqueo económico y el secuestro de la renta petrolera de Venezuela por parte del imperialismo norteamericano, más aún en tiempos de pandemia mundial, es lo suficientemente criminal para unificar el repudio y el rechazo unánime de los trabajadores del mundo.

Ni Trump Ni Maduro. Por una salida independiente de los trabajadores y el pueblo venezolano

El hecho de que aún no se dé la intervención militar directa, y de que agitar el bolillo no necesariamente indica la intención de usarlo, no podemos descartar que lleven a cabo otras acciones militares, que se constituyan en provocaciones y generen crisis internas en las fuerzas armadas venezolanas de conjunto o en alguno de sus componentes. Esto significa que debemos tener una postura clara de rechazo contra la política imperialista e intervencionista de Trump hacia Venezuela. Esto no significa apoyar a Maduro, como la mayoría de la izquierda mundial sigue haciendo, mirando hacia otro lado ante el drama humanitario, la represión y ante el mayoritario descontento de la población y la ausencia total de libertades democráticas que ya sucede en Venezuela. Como ya lo hemos dicho, el drama del pueblo venezolano es producto principalmente de la utopía reaccionaria de pretender en nombre de una “Revolución Bolivariana”, cubrir bajo una retórica antiimperialista y una política asistencialista el mantenimiento de un capitalismo que ha enriquecido a la corrupta boliburguesía que ha parasitado ya por más de veinte años de la renta petrolera y de los negocios otorgados a dedo por el chavismo en el poder.

Hace rato que las masas venezolanas son conscientes del fracaso del proyecto chavista. Tras el deterioro y el desmonte del grueso de los planes de asistencialismo que durante la bonanza petrolera dio para mantener el apoyo de masas al gobierno de Chávez. Maduro, heredó del gobierno Chávez la destrucción y desinversión en la industria petrolera y las industrias básicas del país, la desinversión en la industria nacional, en la salud y educación públicas, el desastre económico, los pagos de deuda externa y el enorme endeudamiento externo creciendo especialmente con sus “socios” rusos y chinos. Maduro fue continuador de esta política, profundizando la crisis, la entrega de recursos y el desmantelamiento del aparato productivo. Luego le han tocado los bajos precios del petróleo (lo que ha sido un agravante mayor) y la impresionante caída de la economía con niveles de devaluación e hiperinflación solo vistas en Alemania en los años 30.

Pero también las movilizaciones contra Maduro están por fuera del ilusorio control de la oposición burguesa de derecha comandada hoy por el malogrado figurín de Guaidó, pues las masas descontentas con el gobierno también desconfían de los cantos de sirena de la derecha proimperialista, que bajo la promesa de democracia y prosperidad dejan ver su plan de recuperación para Venezuela: privatizaciones, entrega total de los recursos, sobreexplotación y más endeudamiento externo.

Que Maduro caiga es una necesidad legítima del pueblo venezolano, y sólo ellos tienen el legítimo derecho de derrocar al dictador. Ni Trump ni Guaidó son aliados de los trabajadores venezolanos. Sólo fortaleciendo la movilización independiente del gobierno y de la derecha proimperialista para imponer un verdadero gobierno de los trabajadores, es que Venezuela, junto a la solidaridad de clase de los obreros del mundo podrá organizar un verdadero plan que asegure la mejor defensa contra la doble amenaza de hoy: la pandemia y el intervencionismo imperialista.

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