PETRO: ¿Y ahora qué?

La candidatura de Gustavo Petro a la presidencia generó una gran expectativa entre amplios sectores populares, juveniles, de trabajadores y clase media democrática. La polarización electoral se tradujo en un enfrentamiento de “pobres” contra “ricos” como se puede deducir sin mucho esfuerzo de la distribución de la votación en las zonas geográficas del país, e incluso en los sectores barriales al interior de las ciudades, tanto en la primera como en la segunda vuelta.

Autor: Carlos Duque

Petro barrió en las zonas más empobrecidas y dónde se han protagonizado las luchas sociales más radicales en los años recientes. El programa reformista de la Colombia Humana fue interpretado como la síntesis de reivindicaciones sociales, ambientales y culturales negadas por quienes monopolizan la riqueza y el control del Estado. Pero, después de haber logrado llevar a las urnas ocho millones de votos, miles de activistas de base –a quienes Petro reconoció como las “abejitas” de la campaña– se preguntan: ¿Y ahora qué vamos a hacer?

La fuerza de una ilusión

El movimiento electoral que respaldó a Gustavo Petro y a Colombia Humana expresó en las urnas una ilusión progresiva. En diversos momentos de la historia de Colombia, el pueblo llano ha tratado de liberarse de una casta de politiqueros corruptos que administran el Estado al servicio de sus mezquinos intereses y de los grandes empresarios que financian sus campañas, votando por movimientos de oposición, pero ésta siempre terminó integrada a los partidos tradicionales o perseguida hasta el genocidio.

La existencia de la guerrilla le permitió por décadas a la burguesía justificar su régimen antidemocrático en el terreno electoral. Pero en esta ocasión las urnas expresaron la nueva realidad del “posconflicto”, la crisis casi terminal de los partidos liberal y conservador y, al tiempo que se consolidaba un polo de derecha –el Centro Democrático–, emergió un polo de “izquierda” –la Colombia Humana de Petro– que logró arrastrar al “centro” representado por Sergio Fajardo en la primera vuelta.

No debemos olvidar que todo ha sido en el terreno electoral, plagado de contradicciones, intereses particulares y tensiones políticas que hacen que lo aparentemente sólido se pueda desvanecer en el aire.

Los doce mandamientos capitalistas

Una buena expresión de lo deleznable que puede ser el movimiento electoral que respaldó a Petro, fueron los doce mandamientos con los que se comprometió para ganar el apoyo oficial del Partido Verde y de franjas de liberales que desacataron la orientación de su partido. El primero de ellos “No voy a expropiar” lo compromete a respetar la “sagrada” propiedad privada de los medios de producción (tierra, industria, bancos) que impide el desarrollo de grandes planes de obras públicas que podrían brindar trabajo formal a millones de desempleados y mejorar las condiciones de otros millones sometidos a la infame tercerización laboral. El segundo “No voy a convocar una Constituyente” bloquea hasta la más tímida reforma al régimen político autoritario con los que los grandes cacaos nacionales y las transnacionales han mantenido sometida y explotada a la absoluta mayoría de la población. Esos dos mandamientos invalidan los otros diez que quedan reducidos a puras promesas y buenos deseos, pues todo se reduce al objetivo de “desarrollar el capitalismo” como declaraba el candidato y a respetar la Constitución de 1991 bajo la que se han hecho más ricos los ricos y más pobres los pobres.

Durante la campaña, Petro repitió hasta el cansancio que “no era de izquierda” y mucho menos “socialista”. Ofreció sin pudor inmunidad para Álvaro Uribe y sus propiedades mal habidas, pues está por la reconciliación de las víctimas con los victimarios. Pero la burguesía, que no quiere correr riesgos, decidió cerrar filas detrás de Iván Duque, polarizando la elección. En lugar de responder al reto, apoyándose en las “abejitas” obreras, populares, campesinas, indígenas y juveniles e invitar a la movilización de los abstencionistas hacia las urnas para derrotar el frente burgués de derecha, Petro prefirió buscar el respaldo de los “zánganos” del centro diluyendo la miel de la inconformidad.

¿Oposición parlamentaria y estrategia electoral, o movilización de protesta y revolución social?

El 17 de junio, al final de la jornada electoral, Gustavo Petro se presentó como jefe de la oposición al gobierno de Duque y le anunció a sus votantes que “ahora quiero ser su dirigente”. No está claro que, más allá de las intenciones personales de Petro, Colombia Humana se consolide como una organización partidaria de carácter nacional que esté en capacidad de enfrentar las poderosas maquinarias de los partidos que se agruparon detrás de Duque, cuya influencia clientelista ahora será mayor. Tampoco hay ninguna garantía que la coalición que lo acompañó en la segunda vuelta se mantenga unida para la próxima disputa electoral.

El propósito manifiesto de quienes acompañan a Petro es prepararse para las elecciones de alcaldías, consejos, asambleas departamentales y gobernaciones de 2019. Utilizarán la tribuna parlamentaria para afianzar su posicionamiento político y colaborar para garantizar la estabilidad del régimen, buscando “acuerdos sobre lo fundamental” con el gobierno de Duque y sus secuaces en el Congreso. Así lo lograron con la aprobación unánime de la Consulta Anticorrupción, apoyada por los más corruptos del Congreso de la República, en la que se despilfarrarán 300.000 millones de pesos del erario.

Pero el problema que enfrentan es que la angustia cotidiana del desempleo, los bajos salarios, el hambre, el desplazamiento campesino, la violencia terrateniente y el desmadre de la delincuencia común, sigue buscando una salida estructural. Ese será el acicate para nuevos procesos de movilización social como los que se han dado en los últimos años y que, en últimas, son los que se expresaron en las urnas como apoyo electoral a la propuesta de Petro. Y será en las calles, al frente de la movilización de protesta, y no en el corrupto y controlado parlamento, dónde se verá si Gustavo Petro es el dirigente que dice ser.

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