Editorial: 2023 ¿El año del cambio?

El año se inicia con grandes expectativas de los trabajadores y las masas que depositaron en las urnas sus ilusiones de conseguir lo que quedó pendiente del Paro Nacional. El sentimiento mayoritario es de expectativa para que se concreten las medidas para el anhelado cambio, y la anhelada paz. Ya el discurso de que el gobierno está “recién llegado” y que todo es culpa de Duque empieza a surtir menos efecto, y son más los sectores que quieren ver resultados.

Sin embargo, el comienzo de año está marcado con un mal augurio, el aumento del salario mínimo producto de la política de la concertación entre los empresarios, direcciones de las centrales obreras y Gobierno, es presentado como el gran triunfo cuando en realidad no compensa ni siquiera la inflación real disparada los últimos meses, que se esfuma en los primeros días del año ante los aumentos de enero, en su mayoría iguales o cercanos al 13%. Los trabajadores, sentimos, cada día que pasa, que la carestía general aumenta y que el “gran aumento” fue una ilusión pasajera, porque la realidad es que el dinero no está alcanzando.

Mientras la población de las grandes ciudades se ahoga entre la carestía y los descarados aumentos del transporte; los pobladores de otros territorios ya previamente azotados por la violencia, se ahogan literalmente a causa de la ola invernal, para la cual –pese a que sucede todos los años– no se toman medidas de fondo. El desastre del Cauca es solo el caso más evidente, pero son cientos de familias las que han perdido sus hogares, sus cultivos y sus animales. Esta situación, sin embargo, aún no basta para que el descontento se vuelque contra el Gobierno, la gente continúa expectante.

El Gobierno por su parte avanza con su programa de “desarrollo del capitalismo” con rostro humano, política que ha fracasado en otros países una y otra vez, intentando conciliar los intereses de los trabajadores y los pobres, con los intereses de los ricos, las multinacionales y el imperialismo norteamericano con el cual el Gobierno mantiene una relación muy cercana con muchas menos contradicciones de las que se esperaría de un gobierno supuestamente de izquierda.

Como parte del desarrollo de ese plan, avanza con su apuesta más ambiciosa, la “Paz Total,” llamada por algunos la “paz costal”, porque se meten en el mismo saco organizaciones insurgentes que han combatido al régimen- aunque con métodos errados, y organizaciones paramilitares, es decir, ligadas y auxiliadoras del régimen, y bandas criminales más cercanas al crimen organizado y los cárteles del narcotráfico. Si bien las organizaciones insurgentes tienen relación con el narcotráfico, como fuente de financiación, han enfrentado al régimen político, mientras que los paramilitares han sido sostén del mismo. En parte, es por eso que los decretos del cese al fuego bilateral anunciados con bombos y platillos, han enfrentado serios reveses y dificultades en especial con el ELN. La paz total o completa, jamás será posible bajo el capitalismo, menos sin derrotar al régimen político, sin juicio y castigo a los culpables de miles de asesinatos, desapariciones y torturas.

En lo económico, el Gobierno anuncia que se van a presentar en febrero la reforma laboral, pensional y de salud, para ofrecer un paliativo a la angustiosa situación de vida de las masas. Lamentablemente, por lo que se ha anunciado, ninguna de esas reformas promete cambios radicales que cuestionen el sistema de explotación y la mercantilización de la seguridad social. Algunos pocos cambios parciales chocarán con los intereses de sectores burgueses, que no dudarán en realizar una campaña sucia y presionar para evitar que sean aprobadas en el Congreso, por lo que seguramente las reformas propuestas por el Gobierno, ya de por sí tibias, sufrirán cambios hasta hacerse realmente inocuas, como ya pasó con las reformas tributaria y política.

Entretanto, asistimos a algunas luchas incipientes que valientemente desafían el estado de ánimo imperante y la política mayoritaria de la concertación y la tregua: jóvenes saltan los torniquetes del Transmilenio Bogotá y se enfrentan al Esmad (que sigue vivo y golpeando); pobladores de algunas regiones enfrentan la gran minería, y trabajadores de múltiples empresas privadas resisten en solitario la arremetida de la patronal, que ataca derechos adquiridos, intentando recortar salarios, alargar jornadas y despedir dirigentes sindicales. Estas luchas están desarticuladas y abandonadas por las direcciones de las centrales sindicales y la mayoría de la llamada izquierda, que concentra sus fuerzas en la defensa acrítica del Gobierno y en la preparación de las elecciones burguesas donde aspiran a tener una buena tajada del botín del Estado.

El Gobierno, convencido de su política de desarrollar el capitalismo, no responderá a las expectativas ni resolverá nuestros problemas, tampoco podemos confiar en el corrupto Congreso para que apruebe las tibias reformas que se presentarán. Únicamente avanzaremos si retomamos el camino de la lucha, del paro nacional organizados de manera independiente por nuestras reivindicaciones. Organizarnos por un cambio real es enfrentar consecuentemente a la oposición de derecha y cerrarle el paso para impedir que sea el uribismo el que canalice el descontento que tarde o temprano aflorará y llenará las calles.

Comité Ejecutivo PST

1 de febrero de 2023

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