Trabajar menos, trabajar todos, producir lo necesario, redistribuir todo

Ante situaciones de desempleo general y crisis económica, los socialistas proponemos la “escala móvil de salarios y horas de trabajo”, que aunque suene algo extraño, o a propuesta anticuada porque la formuló, León Trotsky, en el Programa de Transición de 1938, es en realidad más vigente y necesaria que entonces. Significa emplear al 100% de la fuerza de trabajo disponible repartiendo el trabajo necesario, es decir, las horas de trabajo, y ajustando el salario de acuerdo con el costo de vida. En Colombia eso lo podemos traducir en un salario que sea igual al costo de la canasta familiar básica, y además que sea ajustable, es decir que suba si los precios suben, para mantener el ingreso real; de no ser así todo aumento de salario se seguirá perdiendo pocos días después con la inflación, y toda reducción de la jornada será una disminución del ingreso de los trabajadores como justamente sucedió a muchos durante la pandemia. Al repartir todas las horas de trabajo entre todos los trabajadores, nadie estaría desempleado y nadie tendría que trabajar 12 ni 16 horas como sucede hoy en día en varias empresas. Todos tendríamos trabajo y todos tendríamos tiempo para descansar. Esto es: trabajar todos y trabajar menos.

 

Autor: Lucía P.

Esta pancarta es de inicios de 2020 en Italia, en medio de la aterradora crisis social y humanitaria desatada por la pandemia, la imagen le dio la vuelta al mundo; nada más cierto, nada más simple, nada más justo, ¿es posible?

Durante toda la emergencia sanitaria, desde el Partido Socialista de los Trabajadores, hemos insistido en la necesidad de una cuarentena con garantías para salvar la vida, y un plan de emergencia que garantizara entre otras medidas la renta básica, que concebíamos como una medida temporal en una situación especial,  ante la necesidad de paralizar el aparato productivo para garantizar las cuarentenas; pero a diferencia de los ideólogos burgueses y reformistas, alertábamos que esta medida solo podía ser conquistada mediante la lucha, y aún así sería un paliativo demasiado pequeño y de corto plazo.

En ese momento decíamos: “nos parece totalmente válido ­­que la población exija del Estado una renta o ingreso mínimo vital, como medida temporal de mediano o corto plazo ante la necesidad de paralizar el aparato productivo para salvar la vida. Sin dejar de insistir en que la mejor fórmula contra el desempleo es la escala móvil de salarios y horas de trabajo, y debemos insistir en ello ante la apertura de los sectores productivos”. Bueno, pues ha llegado el momento de volver sobre el tema.

Se reactivó la economía pero no se recuperó el empleo

La pandemia ha dejado tras de sí no solo una oleada de muerte directa sino que también ha desatado una epidemia de hambre y desempleo; las cuarentenas y cierres sin garantías fueron insostenibles, la renta básica fue reemplazada, en el mejor de los casos por subsidios focalizados ─no para todos─ que no cubrían ni la tercera parte del costo de la canasta básica. Actualmente no solo en Colombia sino a nivel mundial, prácticamente todas las medidas han sido levantadas, y reemplazadas por cierres parciales que limitan la movilidad de pobres e inmigrantes pero no garantizan ningún tipo de aislamiento físico. Se prohíben movilizaciones y celebraciones, mientras se estimula la apertura de todos los sectores económicos, se producen concentraciones masivas en el transporte público y se convocan eventos masivos.

Hoy se puede decir que la política de reactivar el aparato productivo a costa de la vida ha sido implementada, sin embargo, y a pesar de esto, muchos de quienes perdieron sus empleos no los recuperaron, según El Tiempo “Aunque se recuperaron 1 millón de puestos, expertos alertan por mayor informalidad y desigualdad”, y es que la mayoría de estos nuevos ocupados lo están por medio del rebusque,  otros consiguieron nuevos empleos pero con menos salario y en peores condiciones laborales, y aquellos que conservaron su puesto sufrieron importantes aumentos del horario laboral, tal es el caso de los trabajadores de la empresa Bimbo que pasaron de trabajar 8 horas a trabajar 12 horas, y en la industria de la construcción donde la jornada “normal”, en reapertura económica, pasó a ser de 11 horas al día.

Veamos algunos datos: durante la pandemia el desempleo en los hombres pasó de 9,8% a 17%, en las mujeres  del 16,9% a 25,5%, siendo la situación más grave la de las mujeres jóvenes con un 40%; de las personas que por razón de la pandemia pasaron a la modalidad de teletrabajo y Homeoffice,  61% de las mujeres y 53,2% de los hombres, vieron aumentada su jornada laboral sin que se les reconozcan horas extras.

¿Es posible cambiar esta situación?

Claro que sí, como dice la pancarta: trabajando todos, trabajando menos, produciendo lo necesario y redistribuyendo todo. Desde luego que si hacemos eso, la enorme mayoría de la sociedad se verá beneficiada, y no solo eso, se verá beneficiado el medio ambiente. Pero esta salida que beneficiaría al 99% no le interesa al 1% que concentran la riqueza mundial, y que en medio de la pandemia se han enriquecido más.

Con las noticias que anuncian que hay crisis económica y desempleo, tendemos a suponer, ─porque nos hacen creer falsamente─ dos cosas: la primera es que hay escasez de bienes de consumo (alimentos, ropa, etc.) y la segunda es que hay escasez de puestos de trabajo, como si ahora se necesitaran menos trabajadores. Si leemos nuevamente ambas premisas nos damos cuenta que carecen por completo de sentido, porque de faltar bienes de consumo se necesitarían más trabajadores para producir lo que falta, y si sobraran trabajadores que producen mercancías el resultado debería ser que sobran bienes, o que alcanzan para todos.

¿Qué es lo que sucede entonces?

Resulta que el capitalismo es un sistema económico contradictorio en el que no prima la lógica, ni tampoco el interés de la sociedad. En las tribus primitivas, si se cazaba un siervo era distribuido entre sus miembros; esa era la lógica para resolver el problema del alimento. El trabajo para cazar el siervo y prepararlo, así como las actividades para el sostenimiento de la tribu, era distribuido entre los que tenían capacidad de trabajar. Así funcionaba este sistema de comunismo primitivo.

En el capitalismo, así como en sociedades anteriores como el esclavismo y el feudalismo, funciona otra lógica; una lógica irracional: unos trabajan y otros que no aportan son los que se aprovechan de los bienes. En el capitalismo las crisis no se producen por escasez de mercancías o bienes de consumo, sino por exceso; la producción desenfrenada y anárquica en función del mercado y el lucro lleva a que se produzcan muchas más mercancías de las necesarias, pero también muchas más mercancías de las que la mayoría de la población, azotada por el desempleo, puede comprar. Cuando las empresas no pueden vender sus productos porque la gente no los puede comprar, quiebran dejando a más trabajadores en la calle. Estas empresas que quiebran rara vez son las grandes, en general son las pequeñas y medianas que luego son absorbidas por las grandes generando mayor concentración de la riqueza.

Los trabajadores despedidos muchas veces son recontratados por la gran empresa en peores condiciones que las previas, por ejemplo, así está sucediendo actualmente con la empresa de mensajería Thomas Express, donde despidieron a todos los trabajadores y van a comenzar a contratar varios de ellos con el nuevo sistema. En todo caso muchos trabajadores nunca recuperan el empleo, porque en las empresas grandes, debido a la mayor tecnificación, es posible producir los mismos bienes con menos horas de trabajo. Entonces se va creando una capa cada vez mayor de desempleados, que a su vez le sirven a las empresas para mantener dóciles y sumisos a quienes mantienen el puesto de trabajo, por el miedo a perderlo, mecanismo que actúa como perfecto chantaje, además el tener abundante “oferta” de mano de obra permite ofrecer menores salarios sabiendo que los trabajadores desesperados tendrán que aceptarlos para poder mantener a su familia.

En los distintos países, en el mejor de los casos, un 40% de la población con capacidad de trabajar tiene empleo, pero labora en promedio 12 horas al día, mientras que un 40 o 50 % de la población vive de lo que se llama el rebusque, ejerciendo oficios en sectores como el comercio informal, en estado que se puede calificar como subempleo, situación que en Colombia raya el  60%, y entre el 10% y el 20% está desempleada plenamente.

Todas estas tendencias que mencionamos son innatas al capitalismo y se han venido acrecentando con cada crisis económica, pero con la pandemia se han agudizado a niveles catastróficos. Mientras que los niños de La Guajira pasan literalmente hambre, al día en Colombia se desechan 8 toneladas de alimentos. Todos conocemos el escándalo del mercado de la papa en Colombia, que demuestra que no falta producción, por el contrario, sobra.  Pero la intermediación impide que los pequeños productores puedan vender sin pérdida, y los ricos prefieren desechar la producción antes que distribuirla. Esto mismo pasa con casi todos los bienes de consumo, por eso nos bombardean con ideologías consumistas para que cambiemos cada año de carro, de celular y demás aparatos, aunque estén funcionando, para ellos poder vender y vender más productos, muchas veces innecesarios, que  nos dejan endeudados, y que luego se acumularán en los océanos en forma de contaminación. Por eso decimos que sí es posible – y necesario- producir menos, y redistribuir todo.

Con el nivel de tecnificación y desarrollo actual de la ciencia, la productividad aumenta cada vez más. Según cálculos de varios economistas, sería suficiente que cada persona con capacidad de trabajar, tenga una jornada laboral de solo 4 horas al día para producir todos los bienes de consumo necesarios para que toda la sociedad tenga satisfechas sus necesidades, incluyendo ocio y recreación; el resto del tiempo podría ser empleado en compartir con la familia, en la recreación, la cultura, el deporte y la capacitación. Desde luego que habría que planificar la producción teniendo en cuenta qué se necesita y en qué cantidad.

Veamos un ejemplo con 100 personas que constituyan la población económicamente activa:

Solo trabajan 40 personas 12 horas diarias, total 480 horas.

Si se distribuye el trabajo, esas 480 horas entre los cien que necesitan el trabajo, correspondería a 4.8 horas diarias. Si el caso es distinto, como lo es en muchos países donde la capacidad productiva es mayor y solo se utiliza el 30% de la población, la jornada laboral podría ser de 3.6 horas diarias.

Escala móvil de salarios y horas de trabajo

Por eso, ante situaciones de desempleo general y crisis económica, los socialistas proponemos la “escala móvil de salarios y horas de trabajo”, que aunque suene algo extraño, o a propuesta anticuada porque la formuló, León Trotsky, en el Programa de Transición de 1938, es en realidad más vigente y necesaria que entonces. Significa emplear al 100% de la fuerza de trabajo disponible repartiendo el trabajo necesario, es decir, las horas de trabajo, y ajustando el salario de acuerdo con el costo de vida. En Colombia eso lo podemos traducir en un salario que sea igual al costo de la canasta familiar básica, y además que sea ajustable, es decir que suba si los precios suben, para mantener el ingreso real; de no ser así todo aumento de salario se seguirá perdiendo pocos días después con la inflación, y toda reducción de la jornada será una disminución del ingreso de los trabajadores como justamente sucedió a muchos durante la pandemia.

Al repartir todas las horas de trabajo entre todos los trabajadores, nadie estaría desempleado y nadie tendría que trabajar 12 ni 16 horas como sucede hoy en día en varias empresas. Todos tendríamos trabajo y todos tendríamos tiempo para descansar. Esto es: trabajar todos y trabajar menos.

Esta propuesta no tiene nada que ver con el decreto 1174 que legaliza el “trabajo por horas”, ni con la disminución de la jornada que proponen gobierno y empresarios, para rebajar el salario y perder el vínculo laboral; medidas con las que quieren acabar los contratos laborales y reducir el salario. Ante la crisis económica su avaricia los lleva incluso a proponer que el salario se rebaje y se pague solo el 80%  y  pagar solo una parte de la cotización a pensiones, esto lo hacen aprovechando la desesperación generada por el desempleo, no es porque realmente no tengan con qué pagar, dado que toda ganancia y riqueza la produce el trabajador. La propuesta de repartir el trabajo es muy distinta: se trata que mediante una relación de trabajo formal todos estemos vinculados y ganemos suficiente, independiente de si por necesidad de la sociedad hay que trabajar 4 horas o aumentar a 6, por ejemplo, para reconstruir la vivienda de los habitantes de la Isla Providencia, ante el desastre producido por el huracán Iota, es posible que se necesite ocho horas al día durante un periodo.

¿Cómo hacer realidad esta propuesta?

Si la consigna de los capitalistas es; ¡jornada de 12 horas!, la respuesta de los trabajadores debe ser: ¡Trabajo para todos reduciendo la jornada laboral!

Al igual que con la renta básica, y con mayor razón en este caso con esta consigna, enfrentaremos la oposición decidida de los empresarios grandes y pequeños, cuya ganancia depende de pagar menos salario por más trabajo y de mantener a muchos de nosotros en el “paro” o desempleo. Lo único que lo impide es la ley de la ganancia de los empresarios, razón de la existencia de esa misma clase social. Pero los trabajadores no debemos seguir condenados al desempleo y la miseria, solo para que unos pocos acumulen tanta riqueza que no pueden consumirla, así la derrochen en forma irracional. Debemos luchar para exigir la distribución del trabajo.

La única forma de conquistar la consigna de distribuir el trabajo para acabar con el desempleo, será mediante la más decidida lucha unificada entre los trabajadores que están desempleados y los que conservan el empleo; hasta ahora hemos competido entre nosotros, pero tenemos que unirnos porque esta propuesta es indispensable para la vida y bienestar actual y de futuras generaciones. Parte de esta lucha ha de ser la afiliación sindical masiva incluyendo a los desempleados, exigir a las direcciones de las centrales obreras que dejen de estar negociando migajas en mesas de concertación y se pongan al servicio de esta urgente tarea, sindicalizar, organizar la lucha y preparar un verdadero paro nacional. Suena a tarea utópica, pero la verdadera utopía es seguir esperando que nuestro salario aumente como resultado de la farsa anual de la concertación, o seguir esperando que por arte de magia, todos consigamos empleo o nos convirtamos en “empresarios”, como si no supiéramos ya la suerte de la pequeña y mediana empresa.

Esto exige la unidad de los trabajadores empleados y los desempleados, con las consignas: ¡trabajo para todos reduciendo la jornada laboral! ¡Que el trabajo se reparta sin rebaja salarial y que aumenten los salarios sin ganancia patronal!

 

 

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