Asesinatos a luchadores sociales: expresión sangrienta de la lucha de clases

El pasado 26 de julio miles de personas marcharon en Colombia para protestar en contra de los asesinatos a líderes sociales, entre tanto Duque quién cínicamente intentó usurpar la movilización salió abucheado por la muchedumbre cartagenera en medio de arengas que lo acusaban de asesino.

Autor: Ivonne

A muchos ha parecido que este calificativo es injusto o exagerado, nosotros creemos que es la síntesis de una realidad que los manifestantes percibieron: Duque pudiendo hacerlo ha omitido tomar medidas que pudieran haber evitado muchas de estas muertes, Duque ha fomentado un modelo de desarrollo que se opone a los derechos de los trabajadores y de los habitantes de muchos territorios, y los que se oponen a este modelo mueren, así que políticamente es una acusación correcta aunque él no sea quien aprieta el gatillo.

Desde el PST habíamos advertido la posibilidad de un “posconflicto violento”, y el peligro que encarnaba el crecimiento durante el gobierno de Santos de las bandas neoparamilitares. El avance del accionar de estas bandas y el copamiento por la fuerza de los antiguos territorios de las FARC en una rapiña feroz por el negocio del narcotráfico, así como su accionar sistemático contra el movimiento obrero, campesino y popular, cobran ya entre 500 y 600 víctimas.

Los asesinatos selectivos que nunca han estado ausentes de la realidad colombiana, aumentaron exponencialmente después de la elección de Iván Duque. En Colombia un líder social es asesinado cada 30 horas. Desmovilizados, campesinos reclamantes de tierras, indígenas, mujeres con trabajo popular, y hasta cineastas han caído uno a uno ante la mirada pasmosa de los colombianos. El gobierno niega cínicamente la sistematicidad, haciendo incluso burlas, fingiendo no saber de las amenazas y acusando a las víctimas de estar en problemas de delincuencia común o líos de faldas.

El aumento de los crímenes está asociado a lo que ya varios empiezan a llamar “rearme paramilitar”, y es que si bien nunca dejaron de existir del todo en la era Santos, la relación entre las que pasaron a llamarse BACRIM y los altos mandos del Estado y la cúpula militar no era directa. Hoy en día, estos ejércitos, están volviendo a trabajar de la mano de las fuerzas armadas. La Defensoría del Pueblo ha denunciado la presencia de al menos 17 nuevos grupos armados en la zona del pacífico, justo donde opera la minería ilegal y los corredores de tráfico; igualmente es preocupante la situación en el sur de Bolívar y Córdoba.

Hasta ahora, todas las medidas han demostrado ser insuficientes ¿Por qué los siguen matando? ¿Estamos haciendo algo mal? ¿Quién los mata y por qué?

¿Líderes o luchadores?

Los asesinados y amenazados a los que la prensa llama “líderes”, tienen algo en común, son luchadores. Son personas que de manera organizada o no, luchan por algún derecho, como la tierra, el agua, la verdad, o incluso un lote para vivir. Los luchadores sociales que pueden ser espontáneos, desmovilizados, indígenas o negros, se oponen en la práctica, de manera consciente o inconsciente a los planes del gobierno y los capitalistas, en especial al Plan Nacional de Desarrollo y su proyecto extractivista. Para saber quién es el responsable de los asesinatos basta ver quién se beneficia de la muerte de estas personas, veremos que aparecen nombres de multinacionales, de latifundistas, de gamonales, etc. Por eso, diferimos de la consigna de “Que la paz no nos cueste la vida”, los luchadores no están siendo asesinados por la paz sino por luchar por sus derechos, porque el acuerdo de paz no solucionó los problemas estructurales de la sociedad. La ola de asesinatos selectivos es finalmente una de las manifestaciones sangrientas de la lucha a muerte que se libra día a día en todo el planeta: la lucha de clases.

Los métodos sangrientos de los poderosos para contener las luchas no son nuevos en Colombia, basta recordar el genocidio contra la UP, desgraciadamente los métodos que la mayoría de la izquierda, y en particular de la dirección del partido FARC usan para enfrentarlos tampoco son nuevos. La política de la conciliación que se sintetiza en el llamado a los excombatientes a confiar en el proceso de paz, el vomitivo oportunismo electoral de llamar a votar por coaliciones de centro-izquierda en contra de la extrema derecha, y las acciones simbólicas, son la receta perfecta y ya probada para el desastre. De continuar con la actual política, iremos a un genocidio igual o peor que el anterior. No es llamando a confiar en el régimen y sus instituciones como detendremos la masacre, no es confiando en la fiscalía ni mucho menos con discursos pacifistas como salvaremos la vida de los amenazados.

A los luchadores solo se les puede salvar luchando en las calles con movilizaciones masivas y verdaderamente preparadas desde la base como la del 26J. Debemos salir cada semana como los Chalecos Amarillos franceses y llenar las calles con fuerza y valor, hasta que se detengan. Debemos volver a discutir en las asambleas sindicales y populares la consigna de “Ante cada asesinato, Paro Nacional Inmediato”, y también debemos discutir el derecho a la autodefensa de las comunidades y desechar el pacifismo reaccionario que nos deja inermes ante el enemigo.

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